Las Olimpiadas eran una de las únicas causas válidas para parar una guerra, hacer una tregua justificada para que en armonía se llevaran a cabo unos Juegos entre distintos territorios. Siempre, por tanto, fue un ejemplo para la colaboración, el desarrollo, la concordia y la fraternidad entre las distintas partes del mundo a lo largo de la historia.
Cierto es que se mueve muchísimo dinero, pero la finalidad de los Juegos Olímpicos siempre ha permanecido impoluta, inalterable, incorruptible.
Pero, repito, se mueve muchísimo dinero, y éste procede de las personas de a pie que cada día, con la misma ilusión que si compitieran en una Olimpiada, luchan para conseguir sus sueños, para llevar a cabo una realidad, para llevar a cabo una bonita vida para ellos mismos y los suyos.
¿Merece la pena sacrificar una Olimpiada de día a día para conseguir otra de solo 30?
Por ahora, hay que echarle la culpa a los mismos, los causantes de la crisis. Gracias a ellos, no debemos tener Juegos Olímpicos… aunque nos pese.
Y tengamos sentido común, prefiero que luchemos por nuestra Olimpiada del día a día, a que los causantes de la crisis no nos dejen ni participar poniéndose como siempre ellos mismo su medalla.